jueves, 28 de agosto de 2008

CUANDO MATTHEW LIPMAN LLEGÓ A LA ISLA DE AROUSA




Estas cosas probablemente sólo pasen en Galicia, pero...qué le vamos a hacer. El hecho es que un buen día, sin él saberlo, Matthew Lipman arribó a las suaves playas de la Isla, sí, ese trozo de tierra con forma de siete que emerge en medio de la ría. Por esos días la isla ya tenía un puente que la unía al continente, pero no hacía muchos años que los moradores iban y venían en barco desde y hacia Vilanova.

Pues bien, al principio nadie pareció reparar en su llegada, pero eso cambió cuando llegó a la escuela, la única escuela del lugar. Allí trabajaba un grupo de gente entusiasta, divertida y trabajadora, que lo mismo se quedaba hasta las tantas preparando una obra de teatro que organizaba una fiesta de San Juan en el patio.

Especialmente se fijaron en él unas cuantas maestras intrépidas y valerosas, que intuyeron que ese caballero de aspecto apacible podría serles de ayuda en su tarea, Y poco a poco comenzaron a investigar en sus escritos, a leer acerca de lo que había dicho, a organizar cursos...y así, casi sin darse cuenta quedaron atrapadas en una manera de hacer a la que ya no pudieron renunciar. Incluso hicieron cómplices a otras compañeras que habían compartido viajes en barco y ahora trabajaban lejos...

Pero, claro...Mr. Lipman tenía más cosas que hacer y no se iba a pasar toda la vida leyendo a Dewey bajo los pinos del parque Carreirón (donde, por cierto, más de una vez lo sorprendieron echando una apacible siesta), así que hizo el petate y se marchó a descubrir nuevos paisajes.
Al pincipio esto causó cierta sorpresa, mezclada con una casi imperceptible sensación de abandono. Era muy fácil preguntar al sabio y pedirle consejo... pero había llegado el momento de comenzar a resolver los problemas por una misma. Incluso ya había quien se sentía con fuerza como para llevarle la contraria...que no todo iba a ser Lipman por aquí y Lipman por allá...que ya somos mayores como para pensar por nuestra cuenta.

Y, ni cortas ni perezosas, decidieron que tenían que hacer sus propias obras, porque en la isla no hay jerbos ni se saluda a la bandera en medio de la clase. Necesitaban historias que se entendieran aquí para seguir luchando por lo que el viejo americano les había enseñado: tratar de llevar el pensamiento a la escuela, pensamiento que no sólo quiere ser lógico y razonable, sino también creativo, bondadoso y considerado.

En las películas, cuando el protagonista necesita imperiosamente algo, suele acabar encontrándolo a la vuelta de la esquina. Aquí pasó algo parecido. Hacían falta relatos...y descubrieron que tenían una escritora un par de casas más allá, en un bosque en el medio de Faxilde, donde unos seres mágicos visitaban regularmente a su hijo pequeño, el niño que nos regaló el miroscopio, ese artefacto con el que tanto se pueden ver estrellas, como los microscópicos "trozoides", o los besos que aguardan esperando por la piel de un niño que busca papás desde una luna de agua.
Una escritora que nunca se había dejado leer, pero que estaba a punto de explotar si no daba rienda suelta a su desmesura narrativa. Y, como en las películas, descubrieron enseguida que estaban predestinadas a entenderse.

Así nació primero Horacio, un libro de diálogos entre niños de educación infantil. Después conocieron a una mujer con nombre de ángel y apellido de divinidad lasciva, que ayudó a enfocar las energías creativas. Y surgieron Antón, Óscar, María, Salvatore y Lara, un cuento por cada uno de los niños que dialogan en el libro. Y a su sombra idearon actividades, propuestas, iniciativas....

Como la alegría es contagiosa, no pudieron evitar tratar de contárselo a quien les quisiera escuchar.

Bienvenidos al mundo miroscopio.

Carmen Loureiro, Nita Rivas, Lidia Gómez, Lola Folgar, Gema Sampedro, Fina Lorenzo, Jesús Merino

lunes, 25 de agosto de 2008

Probando entrada


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